El Mindundi. En realidad no me cae ni tan mal. No me malinterpreten, no es que le aprecie, pero reconozco que le tengo cierta simpatía. Dice que le gusta Wyoming, y si alguien decide reconocer que le gusta el humor entre tanta gente que se alza entre documentales y noticieros infalibles, entonces yo me simpatizo. Porque sí. Porque nos hace falta. Que para llorar ya hay motivos. Y el Mindundi, aunque no lo sepa, tiene unos cuantos.
Seguramente ni él quería llegar adónde llegó (no le veo un hombre con intenciones) y no creo que se haya percatado aún de que su cuerpo se está empezando a aplanar y a dividir.
Día tras día el Mindundi sufre una progresiva deformación que le divide el cuerpo en dos planchas, que se juntan más o menos a la altura del cuello. Los pies, empequeñecidos, salen por la abertura de debajo. El Mindundi es un hombre eslógan, un hombre anuncio de aquellos que podrías encontrarte en Times Square avisándote de que el mundo va a caer, o que Dios te castigará o vete tú a saber qué gilipolleces.
Pero el Mindundi sigue ajeno a su transformación, arriba y abajo con sus cositas, simulando que entiende lo que dice, aunque nunca termina de cogerle el gancho al personaje. Intenta caer bien, pero no le funciona mucho. Disimula. Nunca se enfada. Se mueve de un lado para otro, a veces balbucea palabras poco precisas y mira para los lados como si no tuviera mucho que ver con el asunto (en realidad, con cualquier asunto).
No es que no me guste, pero qué quieren que les diga, como presidente.. no es sólo que crea firmemente que le mueven unos hilos invisibles, es que además me da miedo que un día de éstos se lo lleve el viento.
Hay que ver la de palos que nos están colando.
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